El camión sobre las olas
ALEJANDRO ARMENGOL
Han transcurrido apenas unos días de la muerte de tres hombres y del balazo en la cabeza a un niño, en un fallido intento de escapar de Cuba, cuando llegan las fotos de un camión avanzando apacible en medio del mar. Esta mezcla de tragedia e ingenio apenas logra establecer los límites sobre los que se mece la realidad de la Isla. A veces triste, otras cómica, la obsesión de escapar del régimen castrista no deja de ser material para películas, relatos y telenovelas. Es imposible apartar la anécdota de los motivos; la astucia y el engaño de la desesperación y la angustia; la esperanza del fracaso; pero siempre es una historia triste.
El camión, un Chevrolet de 1951, de color verde y con la parte trasera cubierta con una lona, es todo un símbolo de la "chispa" del cubano. En cualquier otro pueblo, la creación de ese vehículo con una hélice adaptada a su motor original —que se mantuvo a flote gracias a unos tanques de 55 galones acoplados a los lados— sería una muestra de habilidad mecánica y la expresión de un deseo de salir adelante. Para la docena de inmigrantes que intentaron llegar a la Florida en un medio tan singular, el camión que se deslizaba por las aguas a unas ocho millas por hora fue un intento audaz de hacer realidad un sueño. También "una locura", una idea desquiciada, condenada al fracaso de acuerdo a la lógica más elemental. Pero para los cubanos, es sobre todo una demostración del empecinamiento en aferrarse a cualquier disparate con tal de quitarse de arriba a Fidel Castro.
La confusión que originó ese viaje absurdo, donde un hombre al volante guiaba "la nave" y controlaba la velocidad del "buque" mereció más de un triunfo imposible. La aventura —sólo justifica el calificativo por lo irracional de la idea— culminó con un doble fracaso: los viajeros devueltos a la Isla y el camión hundido por los guardafronteras norteamericanos, que sólo vieron en ese sueño a flote "un peligro para la navegación". Si se hubiera salvado, seguramente el camión hubiera figurado en más de un museo posible del futuro. La vida no ha sido justa con estos creadores. Uno contempla las fotos e imagina el resto: el camión que llega a la orilla y es liberado de los tanques flotadores y comienza a avanzar por la arena y sale a la carretera de Los Cayos y atraviesa el Puente de las Siete Millas y continúa por vías y autopistas —siempre siguiendo las indicaciones que marcan un destino anhelado: Miami—, hasta que el motor se agota finalmente frente a una bodega o una cafetería cubana.
Ese final feliz no fue posible. No existía la más mínima posibilidad. El 16 de julio, a 40 millas de Cayo Hueso, un avión del gobierno norteamericano divisó la nave. Era de esperarse en unas aguas estrechamente vigiladas, donde constantemente son detectadas lanchas rápidas de contrabandistas y narcotraficantes, y donde casi a diario son apresados y devueltos a Cuba hombres, mujeres y niños, que intentan escapar. Uno desea que, de alguna manera, la creatividad e ignorancia de esos hombres sea premiada. Sabe además que no es posible. Es una lástima que la sorpresa se limite a contemplar unas cuantas fotografías.
Detrás de este hecho insólito hay una realidad cotidiana. Alrededor de 537 cubanos han sido capturados y devueltos entre marzo y junio de este año. La cifra supera con creces a los 186 que sufrieron igual destino por los mismos meses del pasado año. En tablas, en balsas hechas con cámaras de camiones y tractores, en embarcaciones improvisadas de todo tipo, los cubanos llevan años empeñados en escapar del castrismo, para terminar en muchos casos siendo devorados por los tiburones.
En la misma medida que se ha incrementado el uso de la fuerza —desde agosto de 2002 hasta la fecha se han registrado 13 intentos o salidas ilegales del país acompañados de hechos de violencia— ha crecido el ingenio.
La semana pasada otro cubano fue rescatado a 32 kilómetros al sur de Islamorada, en los cayos de la Florida, mientras intentaba llegar a la costa en una balsa neumática amarilla, según la agencia de noticias EFE. Tres más fueron hallados deshidratados y fatigados sobre una balsa roja, luego de pasar 15 días en alta mar. Dos localizados 32 kilómetros al sur del cayo Sugarloaf, también en la Florida. Todos estos intentos multicolores sólo reflejan la luz de una esperanza: tratar de huir de una realidad y un futuro cada vez más oscuros.
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