viernes, julio 25, 2003

Miamenses y Más

JOSE ABREU FELIPPE


Hace un par de años apareció, casi en silencio, sin gran algazara, una extremadamente inquietante ``galería invisible''. En ella se alternaban seis narraciones y seis viñetas -para llamarlas de alguna manera-, donde exóticos gusanos, viriles chinches superdotadas, lombrices marinas, peces abúlicos, arañas suicidas o moscas depredadoras, todas escalofriantes e inocentes criaturas, se entregaban fanáticas y frenéticas a una orgía de sexo natural y brutal que haría palidecer de envidia al divino marqués. Dichas viñetas contrastaban, y se acoplaban, en esplendorosa armonía, con las seis narraciones, escritas con una prosa ``ascética e impura'' -así se calificaba a los gusanos de la primera viñeta-, maléficamente fría, calculadora, elegante, en extremo cáustica y de armazón casi matemática.

Los más truculentos acoplamientos del mundo animal, la perpetuación de cualquier especie y su inevitable carga autodestructiva, como eslabones, como espejos, donde se mira un mundo también ``ascético e impuro'', absurdo, futurista, moderno y aséptico. En fin, una deliciosa galería que me dejó con ganas de seguir leyendo.

Ahora el autor de La galería invisible, el cubano Alejandro Armengol, presentó en la recién concluida Feria Internacional del Libro de Miami -que tantas gratas sorpresas nos regaló este año-, su Miamenses y más, publicado al igual que el anterior por Término Editorial. Otro libro inquietante, aunque muy distinto, que reúne narraciones que vienen a sumarse a lo que ya se está conociendo como literatura miamense. Un cuerpo poético y narrativo, también teatral aunque en menor medida, que va conformando un rostro distintivo, un mapa atemporal de la Ciudad Mágica, y que cuenta entre sus fundadores a Eddy Campa, Esteban Luis Cárdenas y Néstor Díaz de Villegas, por sólo nombrar a tres de sus mejores poetas.

Miamenses y más recoge el pulso, el aire, de esta ciudad, aun en las historias donde la acción se traslada a la memoria de otras catástrofes, una Habana vivida cuando las hormonas o los tiempos de los protagonistas borbotaban con otra cadencia, otro ritmo, otra tensión, otras sustancias. Quizá esto ocurra porque Miami es, no hay duda, ``una enorme extensión plana, con miles de edificaciones semejantes, cortada por supercarreteras y senderos que se tuercen y destuercen sin orden ni concierto: una especie de laberinto chato, creado por un dios bobo'', pero poblado por seres arrancados -las raíces quedaron atrás- de suelos diferentes. Un amasijo de patrias, países, naciones, razas, intentando crear un asidero, en ``una ciudad sin centro, sin eje, ni vórtice''.

Una ciudad de paso y un hogar, la tierra prometida y la mortaja, algo que provoca sentimientos encontrados, pero incluso para sus detractores, difícil de dejar. Y por esa ciudad soñada deambulan los miamenses, unos bichos rarísimos que fascinan como las alimañas de las viñetas. Armengol los retrata, toma una secuencia y la sigue. En muchos casos, no sabemos qué pasó antes; tampoco qué ocurrirá después. No interesa. Sólo la secuencia elegida, que puede transcurrir durante un eclipse, en medio de una guerra, en El Gato Tuerto o durante una tarde de dominó. A veces es un nombre, Diony; o un pronombre, Ella.

Y esos fragmentos de vida, esas minuciosas secuencias resultan para mí, precisamente, las mejores narraciones: Una tarde de dominó, La guerra, Diony, El eclipse, El Gato Tuerto y Ella, donde el autor se mueve a su gusto y la prosa discurre en esa especie de indiferencia amarga, de serena apatía, que la entronca con los textos que ya conocíamos de su ``galería invisible''. Un estilo, una manera de decir, que lo diferencia, lo marca e individualiza. Un mundo, saturado de referencias, de insinuaciones, asimilado y devuelto, donde pueden convivir sin conflictos, la expresión más obscena y la más inusitada referencia científica, la expresión culta y el lenguaje de la calle. Fina, elegantemente. Y yo pienso que ahí radica uno de los logros de este libro: un lenguaje aglutinador, que todo se lo traga, que todo lo digiere, para tejer un paisaje endemoniadamente culto y popular. Como la ciudad por la que deambulan sus miamenses.

Pero Armengol se aventura en otras honduras, explora -hay hasta una radiografía con atributo infantil-, y eso quizás explique el título. Ese más, que parece un discurso o una diatriba. Miniensayos y descargas. Realidad y ficción, de todo un poco. Contradictorio, como dicen que deben ser los buenos discursos y los buenos libros. Polémico en ocasiones, sardónico, puede que hasta levante ronchas aquí o allá. Bueno, eso tampoco está mal.

Armengol -copio de la contratapa- nació en Cuba (prudentemente, no aclara cuándo) y vive en Estados Unidos, desde 1983. Cursó estudios de Ingeniería Eléctrica y Física Nuclear en la Universidad de La Habana, para terminar con dos títulos -sicólogo y sociólogo- que lo vinculan a dos profesiones que nunca ha ejercido. Se dedica al periodismo desde hace más de 15 años. Sus artículos aparecen en revistas y periódicos de Estados Unidos y Europa. Tiene publicados, además de los mencionados, un libro de poemas cuaderno interrumpido.
El Nuevo Herald