viernes, julio 25, 2003

La entomología del horror

ANDRES REYNALDO
Toda literatura es realista. La más fantástica de las creaciones está arraigada a su tiempo. A veces, su poderosa calidad profética la vincula además a una realidad futura. La galería invisible, de Alejandro Armengol, tiene la rara virtud de dar ese doble testimonio.

El libro recoge seis viñetas y seis cuentos. Las viñetas son descripciones de los hábitos copulatorios de insectos y peces exóticos. Los cuentos van de la ciencia ficción a la utopía. A pesar de su estructura sencilla y su brevedad (apenas 115 páginas), hay algo sofocante en su lectura. Pero no es tedio, sino terror. La fatiga de una travesía que nos seduce tanto como nos asusta.

El tratamiento entomológico de las viñetas ofrece inquietantes metáforas sobre el amor. Esas larvas de espeluznante fecundación, ese pez que sucumbe al ciego albedrío de su hembra, revelan el drama de la incomunicación, el egoísmo y la perversión que en ocasiones destruye (o une con malsana intimidad) a muchas parejas a nuestro alrededor. El tablado de los sentimientos reducidos con total trivialidad a una esfera utilitaria.

Los cuentos se adscriben, para sólo mencionar los ejemplos modernos, a una tradición de utópico humanismo, cuyo máximo canon es Franz Kafka. Con una prosa firme y escueta, que acusa la voluntad de poda de un auténtico escritor, Armengol construye una irónica y contundente crítica de la civilización actual. El final de Dueños del futuro, que explora los avatares de una humanidad olvidada de sus signos vitales, parece resumir la tesis del libro: ``....hoy el hombre vaga, desprovisto y hambriento, entre páramos inhóspitos y desiertos desolados, enceguecido por una felicidad que cree haber alcanzado y no comprende''.

Exiliado en Miami desde 1983, Armengol ha tomado un camino poco frecuentado por los escritores de su generación. En esta primera obra, las sucesivas experiencias del totalitarismo y el destierro han perdido la escoria parroquial. Algunos defensores del género vernáculo creerán que no ha querido decir las cosas por su nombre. Todo lo contrario: las ha nombrado en su contexto universal. De ahí la exquisita madurez del libro.
El Nuevo Herald