lunes, mayo 24, 2004

Arrogancia

ALEJANDRO ARMENGOL

La situación en Irak es un problema que debe enfrentar Estados Unidos como nación. No es una responsabilidad sólo del Partido Republicano y mucho menos del presidente George W. Bush.
En la democracia los gobiernos se suceden, se modifican las leyes y la sociedad cambia de rumbo, pero sin echar a un lado sus fundamentos.
Acaba de ocurrir en España. Tras dos períodos de gobierno conservador, los socialistas vuelven al poder. No es la primera vez que ocurre, como también es seguro que tendrán que abandonarlo de nuevo. A nadie se le ocurre decir que la península desaparecerá con la llegada del Partido Socialista Obrero Español (PSOE) a la Moncloa.
“España se ha arrodillado ante los terroristas”. Lo dice Armando Pérez Roura, el director de Radio Mambí, la emisora preferida por el llamado “exilio de línea dura” aquí en Miami. Además de un insulto al pueblo español, es una tergiversación: los electores españoles le pasaron la cuenta al Partido Popular (PP). En la suma de logros y errores, que debe realizar todo votante, unos pesaron más que los otros.
Sólo los dictadores y caudillos consideran que sin ellos se acaba el país. Con lenguaje sencillo y rostro simpático, el presidente Bush esconde el fanatismo que lo impulsa, al tiempo que recurre a la demagogia para justificar sus acciones. Los electores tienen que tener en cuenta su actuación —sus errores y logros—, no sus discursos. Podrá ganar o perder. Lo importante es que lo logre sin engaños.
Las pruebas son irrefutables. Bush llevó a esta país a una guerra apoyado en el argumento de que Sadam Husein poseía armas de exterminio masivo. Estas no han aparecido. Han muerto más soldados norteamericanos luego de la caída del dictador iraquí que en los combates para derrocarlo. No se ha encontrado un vínculo entre Husein y Al Qaeda. El régimen secular de éste no propiciaba el fundamentalismo islámico. Todo lo contrario: lo reprimía. La mayoría de los que participaron en los atentados terroristas eran sauditas. No había un solo iraquí.
Las raíces del terrorismo hay que buscarlas, por una parte, en las ciudades de Occidente. En los núcleos de inmigrantes, quienes enfrentan la discriminación y la pobreza al tiempo que ciertos líderes religiosos le alimentan los odios y les inculcan una fe ciega con la que enfrentar la pérdida de valores y superar la crisis de identidad. También en los países que amparan y nutren a los grupos de fanáticos, como Arabia Saudí, Pakistán, Irán y el Afganistán del régimen talibán. Son hechos, datos, cifras.
La actual administración no ha llevado la democracia a Irak. Ha sumido a ese país en el caos y la inseguridad. Es difícil creer en un futuro democrático cuando sólo se escuchan disparos.
Irak es hoy un lugar más peligroso —para ciudadanos y extranjeros— que hace un año. El terrorismo no ha disminuido. No se puede afirmar que el mundo es un lugar más seguro sin Husein en el poder. Es cierto que hay un dictador menos. Pero quedan muchos. ¿Por qué Husein y no Fidel Castro?, se preguntan en esta ciudad quienes favorecen una confrontación bélica con el dictador cubano que ellos puedan seguir por la televisión mientras alientan a los invasores a través de llamadas telefónicas a las emisoras de la radio cubana.
El presidente norteamericano cometió un error, al desviar la lucha contra los terroristas hacia una guerra que se ha convertido en un atolladero: un despilfarro de millones de dólares y un sacrificio inútil de miles de vidas. No se trata de amparar a Husein. Pero la forma en que se logró la caída de su dictadura fue un empeño personal. No una necesidad nacional. Es lo único que cuenta a la hora de juzgar la actuación de este gobierno en Irak. El administrador norteamericano L. Paul Bremer ha acumulado errores desde que tomó el mando y ordenó la disolución del ejército iraquí. Pero la culpa principal radica en la política arrogante y aislacionista que lleva a cabo la Casa Blanca.
Contra estos hechos se alza la demagogia. Es efectiva en la misma medida que el irracionalismo cobra fuerza. No hay recurso más fácil que alimentar el miedo. Bush repite el argumento de que ahora todos los países saben que Estados Unidos apoya con acciones sus palabras. Pero esta determinación no debe impedir analizar si las acciones son adecuadas. No se trata de que el resto del mundo tema a esta nación. Hay que buscar la cooperación, no el sometimiento. Es imposible someter al mundo entero a los designios de Washington. Así lo indica el sentido común. Y sólo los fanáticos no toman en cuenta el sentido común.
Ningún gobernante está libre de equivocarse. El problema es cuando no lo reconoce. Las respuestas de Bush, durante la última conferencia de prensa, se limitaron a esquivar la realidad y hablar en términos generales. Apelar a valores fundamentales —la libertad, por ejemplo— y así apartar su discurso del aquí y ahora y moverlo libremente en el reino de lo ideal. Vestir el ropaje del cruzado no es más que un disfraz para ocultar errores.
Quien todo lo ve en blanco y negro, aquel que considera que el mundo se divide en buenos y malos, no admite matices. Tampoco le gusta escuchar opiniones contrarias. Castro no escucha: habla todo el tiempo. Dos colaboradores cercanos a Bush —Richard Clarke y Paul O’Neill— han detallado la tendencia del Presidente a escuchar sólo las opiniones e informes acordes a sus deseos y creencias. No tratan de hacer una campaña negativa —con anuncios políticos pagados por la televisión— al estilo de Karl Rove y sus acólitos. Son dos especialistas que se han limitado a narrar sus experiencias en sendos libros.
No se puede mirar hacia otro lado frente a datos divergentes. Aferrarse a un esquema preconcebido llevó a esta administración a justificar el inicio de una guerra contra Irak. “Los expertos son peligrosísimos”, dijo el legislador Mario Díaz-Balart el 14 de abril en Radio Mambí. Este rechazo a la inteligencia y el saber caracteriza plenamente a un sector del Partido Republicano. El conocimiento no es un peligro. El fanatismo, la incapacidad y la ignorancia sí.

martes, mayo 11, 2004

El nuevo exilio

ALEJANDRO ARMENGOL


La mayoría de los exiliados cubanos que viven en el sur de la Florida apoyan cualquier medida para salir de Fidel Castro, a la par que no ven esto posible en un futuro cercano. Esta afirmación desalentadora es una de las conclusiones que se desprende de la última encuesta sobre la política de Estados Unidos hacia Cuba. No es un hallazgo sorpresivo.

Ha aumentado la resignación y el desencanto, pero también ha crecido la ayuda a quienes viven en la isla y el apoyo a las medidas que permiten la venta de alimentos y medicinas. Hoy son menos los que se oponen al levantamiento de la prohibición de viajes.

Estos dos polos caracterizan al exilio floridano. Una comunidad que se declara en favor del embargo y la lucha armada contra Castro, pero cuyos miembros viajan a la isla y envían remesas. ¿Cómo apoyar el diálogo y la guerra al mismo tiempo? La explicación está en el estancamiento de la situación en la isla. La renuencia total a cualquier tipo de solución negociada por parte del gobernante cubano hace que la alternativa armada mantenga su vigencia entre los exiliados --aunque sea como principio--, por más que no exista una posibilidad real e inmediata de que ésta se materialice.

El tercer aspecto que evidencia la encuesta es el más interesante. Son las diferencias entre los exiliados llegados entre 1959 y 1964 y los que arribaron después de 1985. Las discrepancias fundamentales no radican en el rechazo o el apoyo al embargo, la actitud hacia el derrocamiento del régimen por la vía militar y la posición frente a la disidencia interna, sino en cuestiones más cotidianas: las remesas, los viajes a la isla, las ventas de alimentos y medicinas y los conciertos en Miami de artistas residentes en la isla. No se trata de un enfrentamiento ideológico entre sectores del exilio, sino de puntos de vista divergentes en aspectos relativamente secundarios, magnificados por el sector más intransigente. Sólo en la posibilidad del restablecimiento de relaciones entre Estados Unidos y el gobierno cubano estas discrepancias adquieren una clara dimensión política.

El sondeo --realizado en conjunto por el Instituto de Investigaciones de la Opinión Pública y el Instituto de Investigaciones Cubanas de la Universidad Internacional de la Florida (FIU)-- es el más importante de los frecuentes estudios sobre las opiniones de los exiliados que se llevan a cabo en esta ciudad.

La falta de una alternativa es la que permite entender el fuerte apoyo al mantenimiento del embargo --un dato consecuente con otros sondeos llevados a cabo en esta ciudad. Sin embargo, al ser interrogados sobre restricciones específicas, los entrevistados demuestran ser más moderados de lo que aparentan. Aproximadamente el 49.1% respalda la prohibición a las compañías norteamericanas para que hagan negocios con Cuba, pero un 69.2% estaría de acuerdo en permitir a esas compañías que vendan medicinas para los residentes en la isla. Un 55.4% favorecería la venta de alimentos.

La encuesta tiene un valor fundamental en lo que respecta al tema de las remesas. El 52.7% de los encuestados envía dinero a sus familiares en la isla, mientras que el 45.6% no lo hace y el 1.7% no lo sabe o se negó a responder. El total de dinero enviado anualmente por residentes en Miami-Dade y Broward --cercano a los cien millones de dólares-- se debe a que hay muchos exiliados que mandan cantidades moderadas.

La oposición de criterios sobre las remesas y los viajes es notoria según la fecha de arribo al exilio. Las diferencias se hacen más notables entre quienes llegaron entre 1959 y 1964 y aquéllos que vinieron después de 1985.

También se acentúan en los puntos intermedios de la escala de opinión y no en las posiciones extremas. Mientras que el 31.9% de los primeros se opone con firmeza a la venta de medicinas a Cuba, la cifra baja a casi la mitad entre los últimos: sólo el 15.2%. La desproporción es aún mayor con respecto a la venta de alimentos: muy en contra el 49.7% de quienes llegaron antes y sólo el 20.7% entre los que se exiliaron después de 1985. Hay diferencias similares sobre el establecimiento de un diálogo nacional, la restricción a los viajes y el permitir la actuación en Miami de grupos musicales procedentes de Cuba.

Si el apoyo a la disidencia es el punto de unión de los exiliados --con independencia de la fecha de arribo--, el restablecimiento de relaciones diplomáticas entre Estados Unidos y Cuba marca la mayor discordia. A favor sólo está el 28.8% de los llegados antes de 1964, con el 71.2% en contra. Las cifras casi se invierten por completo entre quienes viajaron al exilio después de 1985: 61.1% a favor y 38.9% en contra.

Tras estas diferencias hay un enfoque más pragmático de los exiliados recientes, mientras que el llamado ''exilio histórico'' se aferra con mayor fuerza a la posibilidad extremadamente débil de cambios inmediatos (es decir: la caída de Castro) y se niega a renunciar a sus puntos de vista tradicionales. Poco a poco, se abre paso la moderación.

Hay un avance en el exilio. Siempre constituye un progreso que un problema político sea reemplazado por razones más humanas. Predomina en las cifras la visión de que la oposición al régimen castrista no está reñida con la necesidad de ayudar a quienes viven en Cuba. Ahora hace falta que se imponga también en las urnas.

aarmengol@herald.com
Posted on Tue, May. 11, 2004
El Nuevo Herald
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