Insulto a la Inteligencia
La actual campaña republicana para la reelección del presidente George W. Bush es un insulto a la inteligencia de los votantes, sin que por ello deje de resultar efectiva. Pero perjudicaría enormemente a la imagen de Estados Unidos ante el mundo que el mandatario resultara triunfador con argumentos tan pueriles. No se trata de una simple definición partidista. Aún es muy pronto para vaticinar quién resultará triunfador en noviembre. Hay que destacar, sin embargo, que los estrategas republicanos están apelando a argumentos emocionales y valores en abstractos que dificultan un debate serio sobre la situación económica actual y el futuro de la nación. Una votación no debe estar comprometida con la ignorancia y el engaño.
El aspecto más visible de la manipulación política republicana es el uso con fines electorales de las alertas ante amenazas de ataques terroristas. La administración tiene el deber de advertir a la población cuando la información de inteligencia apunta hacia la posibilidad de un atentado, pero las coincidencias de las alertas con los vaivenes de la campaña por conquistar la Casa Blanca resultan al menos sospechosas. No se puede mostrar indignación ante la menor insinuación de manipulación partidista de la lucha antiterrorista y al mismo tiempo pronunciar una arenga sobre el liderazgo político del Presidente, como hizo el secretario de Seguridad Nacional, Tom Ridge, en su última advertencia.
El miedo a la muerte y a la inseguridad es un recurso socorrido y abusado por los políticos en cualquier circunstancia histórica. Bush no ha tenido el menor escrúpulo en utilizarlo mientras encubre sus fallos en la lucha contra el terrorismo. La consecuencia ha sido el aumento del cinismo entre la población: los colores del sistema de alerta convertidos en la broma cotidiana de los programas de entretenimiento que siguen a los noticieros de televisión nocturnos. Esta administración es culpable del peligroso incremento de la incredulidad en la población.
No se trata sólo de la incapacidad para capturar a los principales cabecillas de los atentados del 11 de septiembre, sino también la responsabilidad por la inestabilidad en Irak, el aumento vertiginoso de los precios del petróleo y el alza vertiginosa de la producción de heroína en Afganistán —como ha reconocido el propio secretario de Defensa, Donald Rumsfeld— tras la derrota de los talibanes. ¿Algún apasionado de la reelección de Bush ha comentado en la radio de Miami sobre el notable incremento del narcotráfico en esa zona?
Es difícil divulgar la verdad cuando toda la atención se dedica a fabricar payasadas, como la supuesta contribución de Teresa Heinz Kerry —la esposa del candidato demócrata para ocupar la Casa Blanca, John Kerry— a la creación de un sistema de internet para Cuba. Repetir esta mentira sólo tiene como objetivo entretener a los votantes y alejarlos de los temas de discusión de la campaña.
Del ridículo a la desfachatez, no hay pudor entre quienes se lanzan a una lucha desesperada por los votos. Da la impresión de que a diario se desarrolla un cuento de hadas alucinado. Una nueva versión de Pinocho en que un enanito cochero propina jan y cuje a diestra y siniestra para llegar a tiempo a la feria de vanidades, mientras lo alcanzan los cuatro jinetes de un Apocalipsis mañanero, que advierten que si Bush pierde la elección se acaba el mundo. Todo se reduce al furor y la furia que encierra la narración de un grupo de idiotas o una parábola de ciegos: uno tras otros hundiéndose irremisibles en el pantano arrastrados por la estulticia del primero en caer.
En toda esta sinrazón política, no hay capítulo más ejemplar que las constantes referencias a la participación en la Guerra de Vietnam de ambos candidatos. Todos los días se escuchan comentarios despreciativos sobre la profundidad de las heridas de Kerry en combate, se cuestionan sus medallas y se pone en duda su valor. Se acumulan argumentos falaces para eludir una disyuntiva evidente: un candidato que participó en el conflicto y otro que esquivó el servicio.
No se trata sólo de que no hay una sola misión de combate en el historial del actual presidente. El vicepresidente, Richard Cheney, que por entonces tenía 21 años y era estudiante de Yale, logró que su llamado a filas fuera pospuesto en cinco ocasiones. Al ser interrogado al respecto por The Washington Post, Cheney dijo que en aquel momento “tenía otras prioridades”. Es un promedio “respetable”, pero no establece un récord. El secretario de Justicia, John Ashcroft, logra superarlo. Ashcroft, graduado de Yale en 1964, consiguió siete prórrogas que impidieron que integrara las tropas.
Cabe preguntarse con qué moral estos abanderados de la solución bélica sustentan su ideología. Para encubrir el oportunismo de quienes favorecen las bombas sin haber disparado nunca un tiro —no por cierto ajeno a las arengas de los generales de micrófonos que se escuchan en Miami—, se recurre a la patraña de que la Guerra de Vietnam se perdió en Washington y no en el país asiático. Este desprecio a las verdaderas causas de un conflicto, en que Estados Unidos llegó tarde y de forma inapropiada, contrasta con la actitud viril de John McCain, un republicano que ha denunciado que la campaña sucia contra el historial de combate de Kerry es similar a la que él sufrió cuando trató de ganar la nominación republicana frente a Bush en las pasadas elecciones primarias de su partido.
Lo alarmante es la impunidad con la que éstos y otros argumentos son manipulados a diario, no sólo en Miami sino en toda la nación. No se trata de lograr la victoria electoral a cualquier precio. Por encima del resultado final en noviembre, hay que luchar por preservar la diferencia entre nación y gobierno. Sólo los dictadores y caudillos consideran que sin ellos se acaba el país. Con lenguaje sencillo y rostro simpático, el presidente Bush esconde el fanatismo que lo impulsa, al tiempo que recurre a la demagogia para justificar sus acciones. Los electores tienen que tener en cuenta su actuación —sus errores y logros—, no las tergiversaciones de sus propagandistas. Podrá ganar o perder. Lo importante es que lo haga sin engaño.
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