Escritores de la posguerra
SOREN TRIFF
Alejandro Armengol conserva una selecta colección de épitetos recibidos durante su vida como periodista, especialmente, entre los que se encuentran adjetivos tales como cínico, irónico, mordaz, caústico, pero no se le puede acusar de dos rasgos extremos, el oscuro elitismo o la abierta vulgaridad (¿o son uno los dos?) que definen comúnmente las letras y la cultura cubana. Lo que sucede es que Armengol es quizás uno de nuestros pocos autores modernos.
Esto lo demostró el pasado martes durante la presentación de su libro titulado, así con minúsculas por favor, cuaderno interrumpido.
Digo esto porque el escritor nos ayuda a comprender el presente y a comprendernos a nosotros mismos sin necesidad de los mitos complacientes ni del lenguaje vacío de la segunda mitad del siglo pasado. Si Heberto Padilla fue un poeta del porvenir, Guillermo Cabrera Infante y Zoé Valdés son escritores de sus respectivos pasados, Armengol nos muestra un modo, moderno, de enfrentarnos al día de hoy, sin el agobiador y estéril peso del pasado, el turbio anuncio de la tormenta que se avecina, o las arrebatadas alas de la esperanza en el futuro.
¿Qué quiero decir con moderno? Armengol nos reconcilia con el pasado, nos dice que no se puede regresar al futuro, nos muestra que, a fin de cuentas, nuestro presente es nuestro único hogar posible. Ni vivir en el pasado ni en el porvenir.
Esto es muy importante porque la sociedades retrógradas tradicionales (las autoritarias) o encubiertas bajo la modernidad (las totalitarias) buscan estabilidad mediante revoluciones que nos lanzan a galope hacia el pasado, o nos sacrifican inmisericordes a favor de un dudoso futuro.
Armengol siente la necesidad de bienestar aquí y ahora, sin la ayuda de un cómodo mito que justifique nuestra inercia, nuestro estancamiento, pero tampoco sin otra receta que la de sobreponernos a nuestra propia miseria y a la catástrofe que hemos sobrevivido sacando a la intemperie lo mejor de nosotros, como hace él mismo.
Cuaderno interrumpido es moderno porque no llora sobre las ruinas como Cabrera Infante, ni adorna las ruinas, como Senel Paz, ni comercia con las ruinas del muro de Berlín, como algunos autores del exilio. El libro es una guía espiritual para visitar airosamente las ruinas y construir nuestra propia ciudad.
Armengol no se inventa un personaje, ni héroe ni antihéroe, ni testigo ni protagonista, pero tampoco víctima, actores de nuestra literatura reciente. El autor nos invita en cada uno de sus poemas a enfrentarnos con serenidad y entereza a nosotros mismos, a revisar nuestras acciones y omisiones, nuestro catálogo de flaquezas, pero no nos dice lo que debemos hacer con nuestras pequeñeces, bajezas y mezquindades.
Cuaderno interrumpido no toma el camino fácil de enfrentarse a ese sujeto monstruoso que Padilla llama la Historia. Al contrario, Armengol regresa de un viaje para informarnos que la historia ha muerto, llevándose a amigos y enemigos por igual, y también un gran pedazo de quienes sobrevivimos. Pero la poesía del escritor cubano nos invita a reconciliarnos, con corrosivo optimismo, con lo que queda de nosotros mismos.
El Centro de Estudios Cubanos Félix Varela de la Universidad de Santo Tomás no pudo encontrar un autor mejor para iniciar su serie Voces sobre cultura cubana si desea utilizar el marco de la cultura para indagar sobre la actualidad y la reconciliación de los cubanos. Armengol es el poeta de la reconciliación, la reconciliación con nuestro maltrecho canon literario, y con nosotros mismos, los que éramos niños en 1959.
La serie se presenta muy apropiadamente durante la exposición No tengan miedo, del pintor Xavier Cortada, que conmemora el aniversario de la visita del Papa a Cuba en 1998. Cortada reflexiona agudamente sobre los efectos de la visita en Cuba tres años después.
Cuaderno interrumpido señala un camino en la poesía cubana. Ya han quedado atrás las frustraciones barrocas, los idealismos románticos y la demagógica vulgaridad del mundo polarizado por las ideologías durante la guerra fría. Armengol, junto a otros, ha comenzado a escribir nuestra literatura de la posguerra. Pero esto, lejos de ser un elogio, sirve para marcar al autor como un escritor maldito. La sociedad cubana, que ha derrotado la modernidad exitosamente durante 500 años, es probable que rechace o ignore una vez más a sus mejores hijos.
El Nuevo Herald
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