sábado, julio 26, 2003

La galería invisible de Alejandro Armengol

JUAN JENNIS
No hay que tomar en serio la frivolidad con que el narrador cubano Alejandro Armengol, autor de La galería invisible, habla de sí mismo y de su obra. Esa apariencia light es una máscara, pues las preocupaciones que demuestra su trabajo denotan una gravedad sorprendente. Su prosa esquiva los temas y tonos entronizados en las tendencias literarias al uso en su tiempo y en su ámbito geo-cultural (el Miami de los cubanos).

Al descartar deliberadamente el folklorismo y la mitomanía que implican la nostalgia de lo nacional como referente existencial, se salva de las trampas del yo, con sus preocupaciones y vértigos subjetivamente limitados.

A pesar de las consecuencias intelectuales que se derivan de la obra, no hay en La galería invisible subordinación de lo específicamente literario a la reflexión filosófica o a doctrina alguna, puesto que, formalmente, los relatos se ajustan a la definición más unívoca y arcaica del género, es decir, literalmente, narran.

Aunque intrahistóricos, los paisajes opresivos de la humanidad futura que Armengol nos ofrece tienen un tinte escatológico. En ellos oímos las voces desoladas de seres que, desde el futuro, nos alertan contra el absurdo existencial de sus vidas sin conflictos.

El verdadero y único antagonista de estos relatos es el taedium vitae. La preocupación más acuciante en estas páginas es, sin duda, el hastío a que conduciría un estilo de vida completamente artificializado, predecible, donde todo está programado, donde la regla de probabilidades ha agotado todas sus variantes experimentales.

En este sentido el libro, en su conjunto, puede verse como una antiutopía, situada no en lugar alguno, sino en el futuro, a partir de una línea de especulación que se construye llevando al extremo absoluto y absurdo algunas de las tendencias que ya encontramos en nuestra realidad y que han comenzado a afectar las formas de convivencia social y hasta nuestra vida íntima.

Nos sorprenden y nos perturban los cuentos donde las problemáticas apuntan al porvenir del hombre.

Por otra parte, están las viñetas que Armengol intercala entre relato y relato, sobre los insólitos comportamientos sexuales de animales minúsculos, tan alejados de nuestra experiencia inmediata que al leerlas pensamos que no son reales, que el autor está construyendo una especie de bestiario fantástico, como Borges, y nos sorprendemos cuando se nos rebela que toman como fuente el libro de Adrian Forsyth, A Natural History of Sex. La referencia es real, aunque también el narrador se vale del recurso madiante el cual el relato toma el tono de un ensayo erudito, al citar de libros inexistentes, como Antología de lo irrelevante, de Adolfo Karl Simmerman. Recurso que nos hace pensar otra vez, inevitablemente, en Jorge Luis Borges, en Umberto Eco y también en Luis Rogelio Nogueras.

Las viñetas se insertan en un mundo a la vez cercano e increíble, donde lo que en el ámbito humano consideraríamos aberrante, es imprescindible para el desarrollo normal de algunas especies: “Howard Evans destaca que la imagen de un grupo de chinches copulando y nutriéndose de su semen, mientras esperan por una víctima para extraerle la sangre, hace parecer a Sodoma tan pura como el Vaticano”.

Esa misma perspectiva a la vez distante y real de las viñetas zoológicas es la que toma el autor para afrontar los conflictos de sus narraciones. Los mundos que construye nos parecen remotos e imposibles, pero son las consecuencias extremas de tendencias que ya vivimos.

Los relatos de La galería invisible dan la impresión de haber sido escritos para que el último hombre de la Historia los narre en voz alta, junto a una hoguera, imaginando que el penúltimo grupo humano, el penúltimo clan, la penúltima tribu, lo escuchan. Retengo en mí algunas de las imágenes desoladoras que presenta el libro, y me digo: ojalá que las profecías de Armengol no se hagan realidad nunca.

http://arch.cubaencuentro.com/espejo/elcriticon/2001/03/14/1527