¿Beneficiará a Miami el fin de Castro?
ALEJANDRO ARMENGOL
Lanzo la pregunta desde una perspectiva económica. Comprendo, además, que es imposible en esta ciudad encontrar una respuesta que no implique asumir una posición política. Pero no deja de ser una inquietud que habrá que enfrentar más tarde o más temprano. Fidel Castro es un tirano. Su final, cualquiera que sea, será celebrado con júbilo. ¿Y después qué? No se trata de la euforia de los primeros meses. Tampoco del esfuerzo de reconstrucción que será necesario llevar a cabo en la Isla, y que decididamente contará con la participación de los capitales y la fuerza de trabajo calificada que residen aquí. No es, por último, una pregunta que debe hacerse a los patriotas.
La respuesta optimista es que la reconstrucción de Cuba será de provecho mutuo para la Isla y el sur de la Florida. La creación de un puente estable de intercambio empresarial, de capital y tecnología permitirá a muchas empresas de esta ciudad establecer filiales en el territorio cubano y así aumentar sus operaciones, con el consecuente beneficio para quienes laboran en ellas y tienen a su cargo las labores de dirección. La situación de deterioro económico —a consecuencia del obsoleto modelo que por décadas ha impedido el desarrollo nacional— que tendrá que enfrentar cualquier gobierno encargado de la transición (hablo de transición, no de continuidad del castrismo) implicará la adopción de medidas de incentivo para atraer las inversiones extranjeras, que inevitablemente tienen que tomar en cuenta la existencia de los capitales idóneos para esta tarea que se encuentran en Miami.
La necesidad de una especie de Plan Marshall a la cubana, anunciado a veces, es un principio fundamental —y también un instrumento de propaganda que no ha logrado penetrar el escepticismo de los habitantes de la Isla— acatado por la mayoría de las organizaciones de la comunidad exiliada. Por un período de tiempo más o menos largo, Miami y el sur de la Florida tendrán que darle mucho más a Cuba de lo que recibirán de ella. Esta realidad —repito que aceptada sin rechazo por los exiliados de esta ciudad— no tiene necesariamente que ser del beneplácito del resto de los grupos poblacionales que viven aquí. ¿Surgirán entonces nuevas tensiones raciales, étnicas y políticas?
Mucho depende de la ayuda que también esté dispuesta a aportar la administración norteamericana de turno, pero es indudable que el fin lógico de ciertas prerrogativas migratorias, que en la actualidad benefician a los cubanos, será la primera exigencia a enfrentar cuando ocurra el cambio.
Terminados los beneficios migratorios —y sin que se produzca un pronto desarrollo económico en la Isla que atenúe la ilusión de abandonar el país para buscar una vida mejor en Miami— esta ciudad se vería amenazada con una entrada sistemática y sin límites de inmigrantes ilegales procedentes de Cuba, que buscarían establecerse en ella gracias a las facilidades de los viajes turísticos y la existencia aquí de una infraestructura familiar, de intereses comunes y similitud de origen. Esto implicaría el surgimiento de una población flotante dedicada a la economía informal, que perjudicaría notablemente los servicios educacionales y de asistencia pública, al tiempo que no contribuiría tributariamente a las arcas locales y del Estado. En otras palabras, que en Miami se reproduciría la situación que existe en la actualidad en las grandes ciudades latinoamericanas.
Por otra parte, las características económicas del sur de la Florida —especialmente de esta ciudad— no permiten ser optimistas respecto a la posibilidad de un cambio en Cuba que implique a mediano plazo una mejora económica notable en la Isla, la cual repercuta favorablemente en estas tierras. Incluso en el caso de que esta mejora se produzca —algo que de por sí requiere una fuerte dosis de optimismo—, la zona se vería afectada con el traslado hacia La Habana de algunas de las fuentes de empleo tradicionales del área. Esta ciudad depende en gran medida de la esfera de servicios. Miami, Miami Beach y Fort Lauderdale como destinos turísticos nacionales tendrán que enfrentar la competencia cubana —una industria que ya cuenta con una estructura hotelera en desarrollo, notables atracciones y el incentivo adicional de precios más bajos—, que en poco tiempo podría incrementarse substancialmente. Por ejemplo, las empresas de cruceros establecidas aquí podrían ver con buenos ojos el contar con la alternativa del puerto de La Habana como centro de operaciones. No es difícil imaginar que cualquier gobierno cubano de transición sería más permisivo que el norteamericano, en cuanto a muchas de las regulaciones que tienen que cumplir estas compañías en la actualidad.
El traslado de la industria del entretenimiento asentada en Miami hacia La Habana es también muy probable. Las firmas disqueras y la industria fílmica contarían en la Isla con una fuente casi inagotable de talento local y un personal capacitado. La estructura tecnológica no sería difícil de establecer en breve tiempo, luego que se eliminen las trabas que imposibilitan su creación en la actualidad.
A todo ello se une el hecho de que, a la vuelta de unos pocos años, Cuba podría contar con una industria bancaria mucho más permisiva también que la norteamericana, que favorecería la creación de paraísos fiscales y el establecimiento de sedes "virtuales" de corporaciones, con el objetivo de evadir los impuestos que tienen que pagar en este país. Estoy hablando de negocios "lícitos", aunque reprobables desde el punto de vista fiscal y ético. No me refiero al lavado de dinero producto del narcotráfico u otras prácticas fraudulentas, sino a una práctica que llevan a cabo muchas grandes corporaciones norteamericanas de nombre prestigioso, que incluso cuentan con gran número de contratos con el Gobierno y de cuyos consejos de dirección han formado o forman parte figuras destacadas en el quehacer político, con independencia de su pertenencia a uno u otro partido temporalmente en el poder.
La subsidiada industria azucarera floridana entra en igual sentido especulativo entre las que podrían encontrar en la Isla un ambiente más propicio —con menos regulaciones ambientales y sin tener sus propietarios que invertir grandes sumas, como hacen en la actualidad, en las labores de cabildeo. Es más, es posible que sea precisamente esta industria floridana una de las instituciones claves —la otra podría ser la dedicada a la destilación y fabricación de bebidas alcohólicas— a la hora de formar nuevas alianzas entre los gobernantes cubanos de turno y la empresa privada.
La paradoja es que a la larga los mayores beneficiarios con un cambio de sistema en Cuba serán los Estados norteamericanos donde la presencia de cubanos es casi ínfima o nula. Aquellos donde se encuentran los grandes graneros del país o las granjas de producción de cerdos y aves. Hasta los puertos de otros Estados, o de otras áreas de la Florida, tendrán un mayor comercio con Cuba que el puerto de Miami.
Como es imposible que en general la población cubana incremente en un corto plazo su nivel adquisitivo de forma apreciable, a fin de disfrutar de viajes turísticos al extranjero, el flujo de visitantes será hacia la Isla y no en el sentido inverso. Aunque todo el que vive en Cuba sueña con conocer Miami, en algún momento de su vida, el fin de Castro podría alejar la posibilidad de cumplir ese anhelo. Muchos familiares y amigos, que en la actualidad no visitan la Isla por motivos políticos, preferirán hacerlo antes que mandarle el dinero a sus parientes para que sean éstos los que viajen a Miami.
¿Cómo enfrentará esta ciudad la nueva situación, en el supuesto caso de que sea un cambio no traumático y paulatino? El fin de Castro llevará a un reacondicionamiento de los objetivos y aspiraciones de una comunidad que no ha dejado de cambiar desde la llegada del primer exiliado. Al tiempo que la poderosa clase empresarial de origen cubano extenderá, de forma directa e indirecta, su influencia y poderío en la Isla, el cubanoamericano común y corriente mantendrá sus vínculos afectivos, pero la política pasará a ser un aspecto menos importante en su vida (una transformación que ya viene ocurriendo).
Pero aunque Cuba lleve a cabo una transformación larga y compleja de forma pacífica —garantizando un clima de seguridad al establecimiento de capitales procedentes del exterior—, el sur de la Florida no dejará de ser un factor clave a la hora de tomar las decisiones que determinen la política exterior norteamericana con respecto a la Isla. Al igual que ocurre en el caso de Israel, estas decisiones tendrán que tomar en cuenta dos aspectos fundamentales: las consecuencias para Estados Unidos y las consecuencias dentro de Estados Unidos. Miami no perderá su carácter cubano, pero los que llegaron y los que lleguen atravesando el estrecho de la Florida no podrán ejercer esa disyuntiva borrosa entre ser exiliados e inmigrantes, salvo que el exilio se asuma como una razón existencial. Ello no significará un olvido suave o una renuncia paulatina. En muchos casos, el país de origen será más una carga emocional y económica que una esperanza perdida, pero no se abandonará el empeño de influir en su destino pese a la distancia. Una condición irracional, que no depende de cifras demográficas. Los cubanos y los hebreos estamos destinados a ser una minoría que hace sentir su presencia, nunca silenciosa. Ningún cubano estará nunca dispuesto a dejar a un lado la algarabía, y la Isla renunció a un destino plácido cuando surgió de entre las aguas.
Encuentro de la Cultura Cubana
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