sábado, julio 26, 2003

¿Beneficiará a Miami el fin de Castro?

ALEJANDRO ARMENGOL

Lanzo la pregunta desde una perspectiva económica. Comprendo, además, que es imposible en esta ciudad encontrar una respuesta que no implique asumir una posición política. Pero no deja de ser una inquietud que habrá que enfrentar más tarde o más temprano. Fidel Castro es un tirano. Su final, cualquiera que sea, será celebrado con júbilo. ¿Y después qué? No se trata de la euforia de los primeros meses. Tampoco del esfuerzo de reconstrucción que será necesario llevar a cabo en la Isla, y que decididamente contará con la participación de los capitales y la fuerza de trabajo calificada que residen aquí. No es, por último, una pregunta que debe hacerse a los patriotas.

La respuesta optimista es que la reconstrucción de Cuba será de provecho mutuo para la Isla y el sur de la Florida. La creación de un puente estable de intercambio empresarial, de capital y tecnología permitirá a muchas empresas de esta ciudad establecer filiales en el territorio cubano y así aumentar sus operaciones, con el consecuente beneficio para quienes laboran en ellas y tienen a su cargo las labores de dirección. La situación de deterioro económico —a consecuencia del obsoleto modelo que por décadas ha impedido el desarrollo nacional— que tendrá que enfrentar cualquier gobierno encargado de la transición (hablo de transición, no de continuidad del castrismo) implicará la adopción de medidas de incentivo para atraer las inversiones extranjeras, que inevitablemente tienen que tomar en cuenta la existencia de los capitales idóneos para esta tarea que se encuentran en Miami.

La necesidad de una especie de Plan Marshall a la cubana, anunciado a veces, es un principio fundamental —y también un instrumento de propaganda que no ha logrado penetrar el escepticismo de los habitantes de la Isla— acatado por la mayoría de las organizaciones de la comunidad exiliada. Por un período de tiempo más o menos largo, Miami y el sur de la Florida tendrán que darle mucho más a Cuba de lo que recibirán de ella. Esta realidad —repito que aceptada sin rechazo por los exiliados de esta ciudad— no tiene necesariamente que ser del beneplácito del resto de los grupos poblacionales que viven aquí. ¿Surgirán entonces nuevas tensiones raciales, étnicas y políticas?

Mucho depende de la ayuda que también esté dispuesta a aportar la administración norteamericana de turno, pero es indudable que el fin lógico de ciertas prerrogativas migratorias, que en la actualidad benefician a los cubanos, será la primera exigencia a enfrentar cuando ocurra el cambio.

Terminados los beneficios migratorios —y sin que se produzca un pronto desarrollo económico en la Isla que atenúe la ilusión de abandonar el país para buscar una vida mejor en Miami— esta ciudad se vería amenazada con una entrada sistemática y sin límites de inmigrantes ilegales procedentes de Cuba, que buscarían establecerse en ella gracias a las facilidades de los viajes turísticos y la existencia aquí de una infraestructura familiar, de intereses comunes y similitud de origen. Esto implicaría el surgimiento de una población flotante dedicada a la economía informal, que perjudicaría notablemente los servicios educacionales y de asistencia pública, al tiempo que no contribuiría tributariamente a las arcas locales y del Estado. En otras palabras, que en Miami se reproduciría la situación que existe en la actualidad en las grandes ciudades latinoamericanas.

Por otra parte, las características económicas del sur de la Florida —especialmente de esta ciudad— no permiten ser optimistas respecto a la posibilidad de un cambio en Cuba que implique a mediano plazo una mejora económica notable en la Isla, la cual repercuta favorablemente en estas tierras. Incluso en el caso de que esta mejora se produzca —algo que de por sí requiere una fuerte dosis de optimismo—, la zona se vería afectada con el traslado hacia La Habana de algunas de las fuentes de empleo tradicionales del área. Esta ciudad depende en gran medida de la esfera de servicios. Miami, Miami Beach y Fort Lauderdale como destinos turísticos nacionales tendrán que enfrentar la competencia cubana —una industria que ya cuenta con una estructura hotelera en desarrollo, notables atracciones y el incentivo adicional de precios más bajos—, que en poco tiempo podría incrementarse substancialmente. Por ejemplo, las empresas de cruceros establecidas aquí podrían ver con buenos ojos el contar con la alternativa del puerto de La Habana como centro de operaciones. No es difícil imaginar que cualquier gobierno cubano de transición sería más permisivo que el norteamericano, en cuanto a muchas de las regulaciones que tienen que cumplir estas compañías en la actualidad.

El traslado de la industria del entretenimiento asentada en Miami hacia La Habana es también muy probable. Las firmas disqueras y la industria fílmica contarían en la Isla con una fuente casi inagotable de talento local y un personal capacitado. La estructura tecnológica no sería difícil de establecer en breve tiempo, luego que se eliminen las trabas que imposibilitan su creación en la actualidad.

A todo ello se une el hecho de que, a la vuelta de unos pocos años, Cuba podría contar con una industria bancaria mucho más permisiva también que la norteamericana, que favorecería la creación de paraísos fiscales y el establecimiento de sedes "virtuales" de corporaciones, con el objetivo de evadir los impuestos que tienen que pagar en este país. Estoy hablando de negocios "lícitos", aunque reprobables desde el punto de vista fiscal y ético. No me refiero al lavado de dinero producto del narcotráfico u otras prácticas fraudulentas, sino a una práctica que llevan a cabo muchas grandes corporaciones norteamericanas de nombre prestigioso, que incluso cuentan con gran número de contratos con el Gobierno y de cuyos consejos de dirección han formado o forman parte figuras destacadas en el quehacer político, con independencia de su pertenencia a uno u otro partido temporalmente en el poder.

La subsidiada industria azucarera floridana entra en igual sentido especulativo entre las que podrían encontrar en la Isla un ambiente más propicio —con menos regulaciones ambientales y sin tener sus propietarios que invertir grandes sumas, como hacen en la actualidad, en las labores de cabildeo. Es más, es posible que sea precisamente esta industria floridana una de las instituciones claves —la otra podría ser la dedicada a la destilación y fabricación de bebidas alcohólicas— a la hora de formar nuevas alianzas entre los gobernantes cubanos de turno y la empresa privada.

La paradoja es que a la larga los mayores beneficiarios con un cambio de sistema en Cuba serán los Estados norteamericanos donde la presencia de cubanos es casi ínfima o nula. Aquellos donde se encuentran los grandes graneros del país o las granjas de producción de cerdos y aves. Hasta los puertos de otros Estados, o de otras áreas de la Florida, tendrán un mayor comercio con Cuba que el puerto de Miami.

Como es imposible que en general la población cubana incremente en un corto plazo su nivel adquisitivo de forma apreciable, a fin de disfrutar de viajes turísticos al extranjero, el flujo de visitantes será hacia la Isla y no en el sentido inverso. Aunque todo el que vive en Cuba sueña con conocer Miami, en algún momento de su vida, el fin de Castro podría alejar la posibilidad de cumplir ese anhelo. Muchos familiares y amigos, que en la actualidad no visitan la Isla por motivos políticos, preferirán hacerlo antes que mandarle el dinero a sus parientes para que sean éstos los que viajen a Miami.

¿Cómo enfrentará esta ciudad la nueva situación, en el supuesto caso de que sea un cambio no traumático y paulatino? El fin de Castro llevará a un reacondicionamiento de los objetivos y aspiraciones de una comunidad que no ha dejado de cambiar desde la llegada del primer exiliado. Al tiempo que la poderosa clase empresarial de origen cubano extenderá, de forma directa e indirecta, su influencia y poderío en la Isla, el cubanoamericano común y corriente mantendrá sus vínculos afectivos, pero la política pasará a ser un aspecto menos importante en su vida (una transformación que ya viene ocurriendo).

Pero aunque Cuba lleve a cabo una transformación larga y compleja de forma pacífica —garantizando un clima de seguridad al establecimiento de capitales procedentes del exterior—, el sur de la Florida no dejará de ser un factor clave a la hora de tomar las decisiones que determinen la política exterior norteamericana con respecto a la Isla. Al igual que ocurre en el caso de Israel, estas decisiones tendrán que tomar en cuenta dos aspectos fundamentales: las consecuencias para Estados Unidos y las consecuencias dentro de Estados Unidos. Miami no perderá su carácter cubano, pero los que llegaron y los que lleguen atravesando el estrecho de la Florida no podrán ejercer esa disyuntiva borrosa entre ser exiliados e inmigrantes, salvo que el exilio se asuma como una razón existencial. Ello no significará un olvido suave o una renuncia paulatina. En muchos casos, el país de origen será más una carga emocional y económica que una esperanza perdida, pero no se abandonará el empeño de influir en su destino pese a la distancia. Una condición irracional, que no depende de cifras demográficas. Los cubanos y los hebreos estamos destinados a ser una minoría que hace sentir su presencia, nunca silenciosa. Ningún cubano estará nunca dispuesto a dejar a un lado la algarabía, y la Isla renunció a un destino plácido cuando surgió de entre las aguas.
Encuentro de la Cultura Cubana

La galería invisible de Alejandro Armengol

JUAN JENNIS
No hay que tomar en serio la frivolidad con que el narrador cubano Alejandro Armengol, autor de La galería invisible, habla de sí mismo y de su obra. Esa apariencia light es una máscara, pues las preocupaciones que demuestra su trabajo denotan una gravedad sorprendente. Su prosa esquiva los temas y tonos entronizados en las tendencias literarias al uso en su tiempo y en su ámbito geo-cultural (el Miami de los cubanos).

Al descartar deliberadamente el folklorismo y la mitomanía que implican la nostalgia de lo nacional como referente existencial, se salva de las trampas del yo, con sus preocupaciones y vértigos subjetivamente limitados.

A pesar de las consecuencias intelectuales que se derivan de la obra, no hay en La galería invisible subordinación de lo específicamente literario a la reflexión filosófica o a doctrina alguna, puesto que, formalmente, los relatos se ajustan a la definición más unívoca y arcaica del género, es decir, literalmente, narran.

Aunque intrahistóricos, los paisajes opresivos de la humanidad futura que Armengol nos ofrece tienen un tinte escatológico. En ellos oímos las voces desoladas de seres que, desde el futuro, nos alertan contra el absurdo existencial de sus vidas sin conflictos.

El verdadero y único antagonista de estos relatos es el taedium vitae. La preocupación más acuciante en estas páginas es, sin duda, el hastío a que conduciría un estilo de vida completamente artificializado, predecible, donde todo está programado, donde la regla de probabilidades ha agotado todas sus variantes experimentales.

En este sentido el libro, en su conjunto, puede verse como una antiutopía, situada no en lugar alguno, sino en el futuro, a partir de una línea de especulación que se construye llevando al extremo absoluto y absurdo algunas de las tendencias que ya encontramos en nuestra realidad y que han comenzado a afectar las formas de convivencia social y hasta nuestra vida íntima.

Nos sorprenden y nos perturban los cuentos donde las problemáticas apuntan al porvenir del hombre.

Por otra parte, están las viñetas que Armengol intercala entre relato y relato, sobre los insólitos comportamientos sexuales de animales minúsculos, tan alejados de nuestra experiencia inmediata que al leerlas pensamos que no son reales, que el autor está construyendo una especie de bestiario fantástico, como Borges, y nos sorprendemos cuando se nos rebela que toman como fuente el libro de Adrian Forsyth, A Natural History of Sex. La referencia es real, aunque también el narrador se vale del recurso madiante el cual el relato toma el tono de un ensayo erudito, al citar de libros inexistentes, como Antología de lo irrelevante, de Adolfo Karl Simmerman. Recurso que nos hace pensar otra vez, inevitablemente, en Jorge Luis Borges, en Umberto Eco y también en Luis Rogelio Nogueras.

Las viñetas se insertan en un mundo a la vez cercano e increíble, donde lo que en el ámbito humano consideraríamos aberrante, es imprescindible para el desarrollo normal de algunas especies: “Howard Evans destaca que la imagen de un grupo de chinches copulando y nutriéndose de su semen, mientras esperan por una víctima para extraerle la sangre, hace parecer a Sodoma tan pura como el Vaticano”.

Esa misma perspectiva a la vez distante y real de las viñetas zoológicas es la que toma el autor para afrontar los conflictos de sus narraciones. Los mundos que construye nos parecen remotos e imposibles, pero son las consecuencias extremas de tendencias que ya vivimos.

Los relatos de La galería invisible dan la impresión de haber sido escritos para que el último hombre de la Historia los narre en voz alta, junto a una hoguera, imaginando que el penúltimo grupo humano, el penúltimo clan, la penúltima tribu, lo escuchan. Retengo en mí algunas de las imágenes desoladoras que presenta el libro, y me digo: ojalá que las profecías de Armengol no se hagan realidad nunca.

http://arch.cubaencuentro.com/espejo/elcriticon/2001/03/14/1527

Los vecinos de Villa Marista

ALEJANDRO ARMENGOL

Desde su surgimiento, el castrismo ha sido lo que podría llamarse una "dictadura imperfecta": necesita realizar constantemente ajustes torpes sobre la marcha, nada funciona bien y el deterioro es un presente perpetuo. La revolución cubana ha generado una cifra mayor de "delincuentes, seres violentos y personas de baja escolaridad y moral dudosa" que todos los gobiernos republicanos anteriores; ha permitido más escándalos y para sobrevivir ha recurrido a una represión mayor y más sostenida que las peores dictaduras que la precedieron —incluido el régimen colonial español—, al tiempo que alimentado la peor corrupción en la historia nacional. También ha generado una emigración sin precedentes. Si aún logra existir es por su gran capacidad para adelantarse a cualquier cambio, impulsando siempre un retroceso. Fidel Castro se prolonga mediante la repetición.

El Gobierno de La Habana ha vuelto a retroceder a la época de los juicios sumarios, la presentación de agentes encubiertos y el castigo severo a los opositores. De nuevo le reafirma a sus ciudadanos que el único destino posible es vivir al día o emigrar; les borra las esperanzas, por pequeñas que fueran, y siembra la desconfianza y la envidia. Cuba atraviesa una oleada de terror cuyo resultado sólo parece conducir a años de cárcel para algunos, huidas desesperadas para otros y deserciones inesperadas para unos cuantos.

Con el encarcelamiento y los juicios de un nutrido grupo de disidentes y periodistas independientes no sólo espera sembrar el miedo, también el desaliento. Los argumentos son gastados, los recursos son viejos, pero la vida es una sola, y quien hasta ayer comenzaba a mirar a un grupo de arriesgados que alzaban la voz, ahora teme que tras cualquier grito de desacuerdo se esconda una trampa. Al régimen no le basta con castigar a los independientes, quiere matar su ejemplo, enfangar su prestigio.

Sólo tiene dos instrumentos para lograrlo: la delación y la envidia. Alimenta la desconfianza porque sabe que es un freno a la hora de dar un paso al frente. Vuelve con la cantaleta de los intelectuales al servicio de la CIA. No porque intente convencer a nadie, sino porque sabe que es el camino más seguro para reforzar la intimidación: una acusación que recuerda castigos anteriores.

No teme la repulsa internacional porque sabe que los gobiernos responden a intereses y no a ideales. Se aprovecha de una situación internacional difícil para revivir viejos fantasmas. Quiere ponerlo todo de nuevo en blanco y negro, pero al mismo tiempo confundir los límites. ¿Hasta dónde se puede llegar? ¿Qué crítica es permitida? Lo mejor es quedarse tranquilo, no moverse o abandonar el país. Es también lo mejor para Castro. Lo sabemos todos lo que hemos transitado por esas opciones.

Los juicios a que están siendo sometidos los disidentes y periodistas independientes no dejan lugar a duda. Las acusaciones de "actividades subversivas" resultan torcidas no sólo en la ortografía y sintaxis de las actas acusatorias: son malvadas en su esencia. Libros, recortes de periódicos, teléfonos y computadoras son las "armas del crimen". Remesas de unos cuantos dólares las pruebas más contundentes del acto delictivo. No se puede hablar siquiera de que se trate de procesos legales apañados. No hay otro calificativo que considerarlos farsas. Si algún recurso le queda al régimen para encontrar al menos la complacencia de una parte ínfima de la población, es apelar a la envidia: decir que los disidentes recibían ropa, alimentos y dólares del extranjero.

El argumento, por otra parte, no se sostiene ante cualquier mirada. Los hogares humildes de estos hombres y mujeres son la evidencia más fuerte de que apenas han logrado sobrevivir en medio de la difícil situación económica del país. La más elemental comparación con las viviendas de algunos funcionarios, artistas e incluso escritores, sirve para desmentir una acusación tan vil.

La otra disidencia

No es tan fácil juzgar a otra parte de la población, quienes no son disidentes o carecen de la capacidad necesaria para redactar una nota de prensa. La oleada represiva no se inició contra los opositores pacíficos. Comenzó por quienes realizan actividades al margen del orden establecido por Castro. No cabe duda de que en las primeras redadas cayeron algunos narcotraficantes y delincuentes, pero también fueron arrestados y despojados de sus bienes ciudadanos que en cualquier otro país se buscarían la vida realizando labores legales: cuentapropistas, vendedores y negociantes. El Gobierno siempre ha usado a su conveniencia la distinción entre delito común y delito político. En una época todos los presos comunes estaban en la cárcel por ser contrarrevolucionarios, porque matar una gallina era una actividad en contra de la seguridad del Estado. Muchas veces también a los opositores se les ha acusado de vagos y delincuentes.

Llama la atención que ahora Castro no recurra a estos argumentos, en momentos en que juzga a los disidentes. No se han inventado actos inmorales, fiestas licenciosas o calumnias asociadas al consumo de alcohol y drogas. Puede argumentarse que el régimen ha sentido cierto respeto ante la moral intachable de sus enemigos, pero me inclino por otra razón: la intención de dejar bien claro cuales son los "delitos" que quiere castigar: disentir e informar.

La ola represiva no se detendrá. Hay otra disidencia en la Isla y Castro lo sabe. No son hombres y mujeres valientes que desafían el poder, porque forman parte del mismo. No gritan verdades porque se ocultan en la mentira. Ni siquiera se mueven en las sombras. Habitan en el engaño. Son los miles de funcionarios menores —y algunos no tan menores— que desde hace años desean un cambio. Ahora están en la mirilla, y además ellos lo saben. Desde hace un par de años se ha implantado en la Isla un sistema de acusaciones anónimas, establecido por el propio Raúl Castro, en que todo trabajador, empleado y vecino se inspira relatando injusticias y se desahoga por medio de la venganza. Esos anónimos se han convertido en una fuente de terror para cualquier administrador o funcionario. Si es necesario, el próximo paso será una batida contra la "corrupción" que hará rodar muchas cabezas.

Los intelectuales y artistas en general tampoco deben estar durmiendo muy tranquilos en estos días. La Feria de Guadalajara en México fue en parte un anticipo de lo que viene. La incondicionalidad al régimen vuelve como condición indispensable para poder sobrevivir.

La vinculación entre los juicios a los opositores y los secuestros forman parte de un mismo plan. No se puede afirmar que quienes se llevaron los aviones sean agentes castristas, como se insinúa a diario en la radio de Miami. Castro no es tan burdo. Es una táctica que sabe desarrollar muy bien: crear una crisis controlada en el momento apropiado. Amenazar con poner a prueba la capacidad norteamericana, enfrascada en una guerra, para lidiar con un problema en su traspatio. Asegurarle al Gobierno norteamericano que no tiene que distraer uno solo de sus hombres, que él está para eso (su presencia en el incidente del segundo avión y en el puerto del Mariel), siempre y cuando lo dejen tranquilo acabar con el movimiento disidente.

Todo amante de las ironías políticas debe mirar hacia Miami, y también hacia La Habana. Nadie en el sur de la Florida duda que existe una relación entre la ola represiva y los secuestros. Lo curioso es que las reacciones difieren a la hora de juzgarlos. Mientras han sido justamente condenados los juicios y las detenciones, los secuestros se han visto con sospecha y temor. Castro también ha logrado que la desconfianza florezca en Miami. Y hay razones de sobra para ser desconfiado.

Hay una diferencia fundamental entre las dos situaciones. En un caso se trata de personas pacíficas, cuyo único delito ha sido alzar su voz o divulgar lo que ocurre en la Isla, mientras que en el otro son sujetos que por medio de la violencia han intentado emigrar a Estados Unidos. Pero esta distinción, que en cualquier lugar del mundo serviría de raya divisoria, es mucho más compleja en el caso cubano.

Apostando al pasado


Uno de los factores clave para entender la situación actual en Cuba, y sus repercusiones futuras en las relaciones con Estados Unidos, es que La Habana y Washington están ofreciendo dos respuestas, una en la que coinciden y otra en la que disienten, ante una misma situación. Ambas respuestas se ejemplifican en la actuación del jefe de la Oficina de Intereses en La Habana, James Cason.

Mientras que en los procesos contra los disidentes Cason aparece como el "malvado" que organiza y da fondos a los "subversivos", los medios de prensa oficiales del régimen divulgan un comunicado del diplomático norteamericano. El comunicado enfatiza que quienes cometan delitos con la intención de llegar a Estados Unidos serán juzgados severamente a su arribo y considerados no aptos para recibir la residencia.

El mismo Cason que meses atrás se reunió con disidentes y ofreció materiales a los periodistas independientes, también recurrió a la prensa del régimen para hacer llegar a toda la población de la Isla el mensaje de Washington.

El presidente norteamericano, George W. Bush, no quiere "terroristas" que lleguen en aviones o lanchas robadas al sur de la Florida. En eso, Castro está dispuesto a complacer a Bush, siempre y cuando Bush no pase de las declaraciones usuales de condena ante los juicios sumarios. Castro y Cason tratando los dos de disuadir al secuestrador que amenazaba estallar una granada falsa dentro de un avión de pasajeros. La Seguridad del Estado cubana, famosa por su celeridad en resolver situaciones de este tipo, aguardando paciente. Cuba dando gasolina a la nave para que se vaya a Estados Unidos y sea decomisada.

Con el secuestro de una de las famosas "lanchitas de Regla" ocurrió un acuerdo similar, sólo que con declaraciones aparentemente opuestas. Cuando los secuestradores se quedaron en aguas internacionales sin combustible, Estados Unidos se apresuró a desentenderse del asunto. Le dijo al Gobierno cubano que se hiciera cargo del problema. La embarcación regresó a la Isla y horas más tarde las fuerzas de seguridad demostraron la efectividad que se dieron el lujo de no emplear en el caso del avión. La única diferencia entre los dos incidentes es que, en el caso de la lancha, Estados Unidos había dejado bien claro que no quería a los secuestradores.

Lo curioso del caso es que nadie en Miami alzara la voz para protestar del hecho. El Gobierno norteamericano y el exilio le dieron la espalda a los secuestradores. Nadie se preocupó del destino que espera a esos hombres y mujeres de vuelta a Cuba. No surgieron críticas al acuerdo migratorio establecido durante el gobierno de Bill Clinton, que permite la devolución de inmigrantes detenidos en alta mar. No se trató realmente de mediar en la situación, conocer al menos las causas y motivos específicos que llevaron a una acción tan violenta.

El fantasma de que el régimen de La Habana intente un nuevo éxodo masivo, similar al ocurrido en 1980, durante el puente marítimo Mariel-Cayo Hueso, está en el ambiente. También en el calendario. Se teme una coincidencia de fechas y esto conspiró en contra de los secuestradores. También las similitudes entre este hecho y los acontecimientos que llevaron a la crisis de los balseros de 1994. Una conclusión es evidente —una realidad establecida desde hace varios años—, y es que nadie, en el sur de la Florida ni en Washington, quiere una inmigración masiva en las costas norteamericanas.

Castro lo sabe y sigue apostando a esta carta. Quizá juegue con ella un poco más en esta crisis, aún es pronto para anticipar una conclusión, pero es una carta a su favor.

El mismo día que ocurrió el secuestro de la lancha, el Departamento de Estado norteamericano produjo una declaración singular. Cuba utiliza "a las fuerzas policiales y de seguridad para arrestar a activistas de derechos humanos", pero "sería mejor" que las usara para "asegurarse de que las leyes sean cumplidas y que sus aeropuertos son seguros y no blanco de secuestros", dijo el portavoz Phil Reeker.

La declaración pasa por alto que el problema de los secuestros de embarcaciones y aviones no es nuevo, y de que no siempre Estados Unidos ha sido tan enfático en condenarlos.

Desde 1959, el año en que Castro llegó al poder, se han desviado unos 51 aviones, además del robo, secuestro y apropiación de multitud de embarcaciones, que en muchos casos han terminado en tragedia (la más conocida es la del transbordador 13 de Marzo). No siempre se ha tratado de un simple acto delictivo. En muchas ocasiones quienes tenían a su cargo los medios marítimos y aéreo los han utilizado para trasladarse a Miami. Pero el hecho de que en Cuba este tipo de transporte sea propiedad del Gobierno, salvo algunas lanchas y botes de pescadores, hace que automáticamente sea un delito, de acuerdo a las leyes de La Habana, que también condenan las salidas ilegales del país. Pero por lo general Estados Unidos no los consideraba delincuentes, con razón, y mucho menos en Miami.

Es por lo tanto difícil colocarse al lado del régimen cubano para condenar un "delito" y aprobar otro. Si desde hace varios años el Gobierno norteamericano ha cambiado de percepción, es también una señal de que ya no admite que todos los que huyen de la Isla lo hacen por razones políticas, sino también económicas. Este cambio, en cierto sentido, le da la razón a Castro. No se trata de apoyar la violencia y el delito. Es correcto que este país haga lo posible por salvaguardar sus fronteras, pero esta actitud no deja de evidenciar que los discursos exaltados en favor de la libertad de Cuba de algunos funcionarios y legisladores norteamericanos no son más que retórica guerrerista, para conseguir votos en La Pequeña Habana.

Más allá de las conocidas notas y comentarios de propuesta, y de una posible resolución de condena en el senado norteamericano, Castro espera que Washington no tome mayores medidas frente a la actual ola represiva. Por supuesto que quienes están a favor del levantamiento del embargo tendrán mayores dificultades a la hora de exponer sus argumentos. Sin embargo, el gobernante cubano sabe que para la mayoría de los gobernadores y legisladores norteamericanos poco importa el destino de los que sufren la represión en un país ajeno, al lado de un contrato beneficioso para su Estado. La realidad es que Cuba resulta cada vez más atractiva para los empresarios de este país, pero no lo suficiente como para obligar al presidente Bush a cambiar de punto de vista. Por lo demás, tanto el mandatario estadounidense como el dictador cubano coinciden en su falta de interés por el levantamiento del famoso embargo.

Al detener a los disidentes el régimen no sólo quiere acabar con la esperanza de un cambio dentro de la Isla. Le preocupa también los cambios que cada vez con mayor fuerza se vienen promoviendo en este país hacia una línea que no esté fundamentada en una retórica de confrontación. Ve como enemigos no sólo a los opositores conocidos, sino también a quienes manifiestan una fidelidad que sabe se vería erosionada con una mayor cercanía entre la Isla y Estados Unidos.

Mientras tanto, los vecinos de Villa Marista, los disidentes encerrados, conocen con mayor rigor que nunca la represión castrista. Quienes están fuera de la cárcel, quienes son vecinos también del terror, sienten de nuevo con mayor fuerza el miedo que el régimen siempre ha inspirado.

Es posible que cuando se conozcan las condenas, si son lo rigurosas que se espera, se alce una oleada de repulsa internacional. Ojalá y así sea, pero el balance actual no deja duda que el gobernante cubano supo muy bien escoger el momento para lanzar el golpe.

Pese a las manifestaciones de apoyo de los intelectuales y políticos de todo el mundo, hay también silencios culpables. Diputados mexicanos y sindicalistas guatemaltecos han expresado su apoyo, no así los gobiernos de estas naciones. Los países latinoamericanos mantienen una cautela sospechosa, que evidencia el temor ante la ola de protestas en contra de la administración de Bush, generada en sus países por la guerra con Irak. En Europa varios gobiernos han protestado, pero aún está pendiente una decisión sobre la inclusión de Cuba en el Acuerdo de Cotonú. Y es posible que el pacto llegue a firmarse, sobre todo tras la reciente apertura de una oficina en La Habana. Estados Unidos se mantiene fiel a su política de apoyar y defender un punto de vista que promueve, siempre y cuando no estén en juego sus intereses. En este caso, vale más la placidez de las playas del sur de la Florida, mucho más acogedoras a los turistas que a balseros y secuestradores. A fin de que esta situación no cambie, Washington está dispuesto a no impedir realmente que los opositores se pudran en las cárceles.

La única esperanza es que los disidentes lo saben, lo conocían desde el inicio de la lucha, pero pese a la traición y el silencio, también están dispuestos a proseguirla.
Asoc. Encuentro de la Cultura Cubana

viernes, julio 25, 2003

Escritores de la posguerra

SOREN TRIFF

Alejandro Armengol conserva una selecta colección de épitetos recibidos durante su vida como periodista, especialmente, entre los que se encuentran adjetivos tales como cínico, irónico, mordaz, caústico, pero no se le puede acusar de dos rasgos extremos, el oscuro elitismo o la abierta vulgaridad (¿o son uno los dos?) que definen comúnmente las letras y la cultura cubana. Lo que sucede es que Armengol es quizás uno de nuestros pocos autores modernos.

Esto lo demostró el pasado martes durante la presentación de su libro titulado, así con minúsculas por favor, cuaderno interrumpido.

Digo esto porque el escritor nos ayuda a comprender el presente y a comprendernos a nosotros mismos sin necesidad de los mitos complacientes ni del lenguaje vacío de la segunda mitad del siglo pasado. Si Heberto Padilla fue un poeta del porvenir, Guillermo Cabrera Infante y Zoé Valdés son escritores de sus respectivos pasados, Armengol nos muestra un modo, moderno, de enfrentarnos al día de hoy, sin el agobiador y estéril peso del pasado, el turbio anuncio de la tormenta que se avecina, o las arrebatadas alas de la esperanza en el futuro.

¿Qué quiero decir con moderno? Armengol nos reconcilia con el pasado, nos dice que no se puede regresar al futuro, nos muestra que, a fin de cuentas, nuestro presente es nuestro único hogar posible. Ni vivir en el pasado ni en el porvenir.

Esto es muy importante porque la sociedades retrógradas tradicionales (las autoritarias) o encubiertas bajo la modernidad (las totalitarias) buscan estabilidad mediante revoluciones que nos lanzan a galope hacia el pasado, o nos sacrifican inmisericordes a favor de un dudoso futuro.

Armengol siente la necesidad de bienestar aquí y ahora, sin la ayuda de un cómodo mito que justifique nuestra inercia, nuestro estancamiento, pero tampoco sin otra receta que la de sobreponernos a nuestra propia miseria y a la catástrofe que hemos sobrevivido sacando a la intemperie lo mejor de nosotros, como hace él mismo.

Cuaderno interrumpido es moderno porque no llora sobre las ruinas como Cabrera Infante, ni adorna las ruinas, como Senel Paz, ni comercia con las ruinas del muro de Berlín, como algunos autores del exilio. El libro es una guía espiritual para visitar airosamente las ruinas y construir nuestra propia ciudad.

Armengol no se inventa un personaje, ni héroe ni antihéroe, ni testigo ni protagonista, pero tampoco víctima, actores de nuestra literatura reciente. El autor nos invita en cada uno de sus poemas a enfrentarnos con serenidad y entereza a nosotros mismos, a revisar nuestras acciones y omisiones, nuestro catálogo de flaquezas, pero no nos dice lo que debemos hacer con nuestras pequeñeces, bajezas y mezquindades.

Cuaderno interrumpido no toma el camino fácil de enfrentarse a ese sujeto monstruoso que Padilla llama la Historia. Al contrario, Armengol regresa de un viaje para informarnos que la historia ha muerto, llevándose a amigos y enemigos por igual, y también un gran pedazo de quienes sobrevivimos. Pero la poesía del escritor cubano nos invita a reconciliarnos, con corrosivo optimismo, con lo que queda de nosotros mismos.

El Centro de Estudios Cubanos Félix Varela de la Universidad de Santo Tomás no pudo encontrar un autor mejor para iniciar su serie Voces sobre cultura cubana si desea utilizar el marco de la cultura para indagar sobre la actualidad y la reconciliación de los cubanos. Armengol es el poeta de la reconciliación, la reconciliación con nuestro maltrecho canon literario, y con nosotros mismos, los que éramos niños en 1959.

La serie se presenta muy apropiadamente durante la exposición No tengan miedo, del pintor Xavier Cortada, que conmemora el aniversario de la visita del Papa a Cuba en 1998. Cortada reflexiona agudamente sobre los efectos de la visita en Cuba tres años después.

Cuaderno interrumpido señala un camino en la poesía cubana. Ya han quedado atrás las frustraciones barrocas, los idealismos románticos y la demagógica vulgaridad del mundo polarizado por las ideologías durante la guerra fría. Armengol, junto a otros, ha comenzado a escribir nuestra literatura de la posguerra. Pero esto, lejos de ser un elogio, sirve para marcar al autor como un escritor maldito. La sociedad cubana, que ha derrotado la modernidad exitosamente durante 500 años, es probable que rechace o ignore una vez más a sus mejores hijos.
El Nuevo Herald

La entomología del horror

ANDRES REYNALDO
Toda literatura es realista. La más fantástica de las creaciones está arraigada a su tiempo. A veces, su poderosa calidad profética la vincula además a una realidad futura. La galería invisible, de Alejandro Armengol, tiene la rara virtud de dar ese doble testimonio.

El libro recoge seis viñetas y seis cuentos. Las viñetas son descripciones de los hábitos copulatorios de insectos y peces exóticos. Los cuentos van de la ciencia ficción a la utopía. A pesar de su estructura sencilla y su brevedad (apenas 115 páginas), hay algo sofocante en su lectura. Pero no es tedio, sino terror. La fatiga de una travesía que nos seduce tanto como nos asusta.

El tratamiento entomológico de las viñetas ofrece inquietantes metáforas sobre el amor. Esas larvas de espeluznante fecundación, ese pez que sucumbe al ciego albedrío de su hembra, revelan el drama de la incomunicación, el egoísmo y la perversión que en ocasiones destruye (o une con malsana intimidad) a muchas parejas a nuestro alrededor. El tablado de los sentimientos reducidos con total trivialidad a una esfera utilitaria.

Los cuentos se adscriben, para sólo mencionar los ejemplos modernos, a una tradición de utópico humanismo, cuyo máximo canon es Franz Kafka. Con una prosa firme y escueta, que acusa la voluntad de poda de un auténtico escritor, Armengol construye una irónica y contundente crítica de la civilización actual. El final de Dueños del futuro, que explora los avatares de una humanidad olvidada de sus signos vitales, parece resumir la tesis del libro: ``....hoy el hombre vaga, desprovisto y hambriento, entre páramos inhóspitos y desiertos desolados, enceguecido por una felicidad que cree haber alcanzado y no comprende''.

Exiliado en Miami desde 1983, Armengol ha tomado un camino poco frecuentado por los escritores de su generación. En esta primera obra, las sucesivas experiencias del totalitarismo y el destierro han perdido la escoria parroquial. Algunos defensores del género vernáculo creerán que no ha querido decir las cosas por su nombre. Todo lo contrario: las ha nombrado en su contexto universal. De ahí la exquisita madurez del libro.
El Nuevo Herald


Miamenses y Más

JOSE ABREU FELIPPE


Hace un par de años apareció, casi en silencio, sin gran algazara, una extremadamente inquietante ``galería invisible''. En ella se alternaban seis narraciones y seis viñetas -para llamarlas de alguna manera-, donde exóticos gusanos, viriles chinches superdotadas, lombrices marinas, peces abúlicos, arañas suicidas o moscas depredadoras, todas escalofriantes e inocentes criaturas, se entregaban fanáticas y frenéticas a una orgía de sexo natural y brutal que haría palidecer de envidia al divino marqués. Dichas viñetas contrastaban, y se acoplaban, en esplendorosa armonía, con las seis narraciones, escritas con una prosa ``ascética e impura'' -así se calificaba a los gusanos de la primera viñeta-, maléficamente fría, calculadora, elegante, en extremo cáustica y de armazón casi matemática.

Los más truculentos acoplamientos del mundo animal, la perpetuación de cualquier especie y su inevitable carga autodestructiva, como eslabones, como espejos, donde se mira un mundo también ``ascético e impuro'', absurdo, futurista, moderno y aséptico. En fin, una deliciosa galería que me dejó con ganas de seguir leyendo.

Ahora el autor de La galería invisible, el cubano Alejandro Armengol, presentó en la recién concluida Feria Internacional del Libro de Miami -que tantas gratas sorpresas nos regaló este año-, su Miamenses y más, publicado al igual que el anterior por Término Editorial. Otro libro inquietante, aunque muy distinto, que reúne narraciones que vienen a sumarse a lo que ya se está conociendo como literatura miamense. Un cuerpo poético y narrativo, también teatral aunque en menor medida, que va conformando un rostro distintivo, un mapa atemporal de la Ciudad Mágica, y que cuenta entre sus fundadores a Eddy Campa, Esteban Luis Cárdenas y Néstor Díaz de Villegas, por sólo nombrar a tres de sus mejores poetas.

Miamenses y más recoge el pulso, el aire, de esta ciudad, aun en las historias donde la acción se traslada a la memoria de otras catástrofes, una Habana vivida cuando las hormonas o los tiempos de los protagonistas borbotaban con otra cadencia, otro ritmo, otra tensión, otras sustancias. Quizá esto ocurra porque Miami es, no hay duda, ``una enorme extensión plana, con miles de edificaciones semejantes, cortada por supercarreteras y senderos que se tuercen y destuercen sin orden ni concierto: una especie de laberinto chato, creado por un dios bobo'', pero poblado por seres arrancados -las raíces quedaron atrás- de suelos diferentes. Un amasijo de patrias, países, naciones, razas, intentando crear un asidero, en ``una ciudad sin centro, sin eje, ni vórtice''.

Una ciudad de paso y un hogar, la tierra prometida y la mortaja, algo que provoca sentimientos encontrados, pero incluso para sus detractores, difícil de dejar. Y por esa ciudad soñada deambulan los miamenses, unos bichos rarísimos que fascinan como las alimañas de las viñetas. Armengol los retrata, toma una secuencia y la sigue. En muchos casos, no sabemos qué pasó antes; tampoco qué ocurrirá después. No interesa. Sólo la secuencia elegida, que puede transcurrir durante un eclipse, en medio de una guerra, en El Gato Tuerto o durante una tarde de dominó. A veces es un nombre, Diony; o un pronombre, Ella.

Y esos fragmentos de vida, esas minuciosas secuencias resultan para mí, precisamente, las mejores narraciones: Una tarde de dominó, La guerra, Diony, El eclipse, El Gato Tuerto y Ella, donde el autor se mueve a su gusto y la prosa discurre en esa especie de indiferencia amarga, de serena apatía, que la entronca con los textos que ya conocíamos de su ``galería invisible''. Un estilo, una manera de decir, que lo diferencia, lo marca e individualiza. Un mundo, saturado de referencias, de insinuaciones, asimilado y devuelto, donde pueden convivir sin conflictos, la expresión más obscena y la más inusitada referencia científica, la expresión culta y el lenguaje de la calle. Fina, elegantemente. Y yo pienso que ahí radica uno de los logros de este libro: un lenguaje aglutinador, que todo se lo traga, que todo lo digiere, para tejer un paisaje endemoniadamente culto y popular. Como la ciudad por la que deambulan sus miamenses.

Pero Armengol se aventura en otras honduras, explora -hay hasta una radiografía con atributo infantil-, y eso quizás explique el título. Ese más, que parece un discurso o una diatriba. Miniensayos y descargas. Realidad y ficción, de todo un poco. Contradictorio, como dicen que deben ser los buenos discursos y los buenos libros. Polémico en ocasiones, sardónico, puede que hasta levante ronchas aquí o allá. Bueno, eso tampoco está mal.

Armengol -copio de la contratapa- nació en Cuba (prudentemente, no aclara cuándo) y vive en Estados Unidos, desde 1983. Cursó estudios de Ingeniería Eléctrica y Física Nuclear en la Universidad de La Habana, para terminar con dos títulos -sicólogo y sociólogo- que lo vinculan a dos profesiones que nunca ha ejercido. Se dedica al periodismo desde hace más de 15 años. Sus artículos aparecen en revistas y periódicos de Estados Unidos y Europa. Tiene publicados, además de los mencionados, un libro de poemas cuaderno interrumpido.
El Nuevo Herald




La hora del intelectual cubano

ALEJANDRO ARMENGOL

Controlar a los intelectuales ha sido uno de los mayores esfuerzos del régimen cubano. También uno de sus fracasos más manifiestos. La actual oleada represiva no es otra cosa que el capítulo más reciente de esa batalla con treguas entre Fidel Castro y los escritores y artistas, que se inició el primero de enero de 1959.

El gobierno de La Habana está preocupado: quienes piensan y escriben resurgen una y otra vez para cuestionarse el sistema. Periodistas, economistas, ingenieros, profesores y bibliotecarios están entre los enemigos más temidos de la Seguridad del Estado: la represión se ha ensañado con ellos. No sin razón. La oposición en Cuba en estos momentos no se define en la lucha armada, sino en la confrontación política; no hay una batalla ideológica, hay una lucha contra las ideas.

Los escritores y artistas de la isla deben sentir una profunda vergüenza por las largas condenas contra los opositores pacíficos y los periodistas independientes. No deben olvidar que, a los ojos del régimen, es igualmente sospechoso un disidente que se cuestiona el curso del proceso social que un creador interesado en difundir su punto de vista. La única diferencia aceptada es el grado de encubrimiento a la hora de exponer una opinión. En ambos casos, el grado de distanciamiento del punto de vista oficial lo establece el sistema. No son sólo las circunstancias las que hacen más o menos permisible una crítica. Castro es quien se abroga el derecho de dictaminar sobre qué protestar, cómo y cuándo hacerlo.

Desde hace años, el deteriorado aparato cultural castrista ha buscado el apoyo internacional, sin excluir a una parte de la comunidad exiliada. Ha aumentado la comunicación intelectual entre Cuba y los exiliados. Es algo positivo si se tiene en cuenta que la cultura la constituyen los miembros de una comunidad o un país, no un gobierno. Hay que diferenciar entre las acciones individuales y las llevadas a cabo por un estado. Pero al mismo tiempo, apoyar a los mediadores culturales del régimen es otra forma de apoyar al régimen.

El rechazo a las medidas represivas que ha manifestado buena parte de la intelectualidad europea -especialmente el repudio al castrismo por escritores y artistas que tradicionalmente han defendido puntos de vista considerados progresistas, liberales o de izquierda- repercutirá sobre los creadores de la isla. Castro los cogerá de chivos expiatorios, se vengará en ellos.

Todo escritor y artista honesto que vive en la isla está ante una situación sumamente difícil. Guardar un silencio culpable compromete la dignidad intelectual del país. Manifestarse abiertamente implica no sólo un peligro personal, sino también la posibilidad de ver interrumpida la labor creativa. Queda a cada cual determinar qué es más importante. Como nación, Cuba atraviesa una crisis cultural sin salida. Con el tiempo se sabrá si este año marcó una etapa de intelectuales silenciados o silenciosos. No se puede arengar desde el exterior el asumir un compromiso que se negó al abandonar el país. Sí se puede sugerir que, al menos, se practique un retraimiento decente.

Ciertas figuras clave de la cultura cubana están obligadas a manifestar su criterio en estos momentos. No se incluye en este grupo a los funcionarios de todo tipo, que amparados en sus cargos desde hace muchos o pocos años vienen divulgando sus obras, con independencia de las mismas. Son los que en otras épocas sufrieron persecuciones, los que en determinado momento fueron marginados; quienes han logrado mantenerse en el difícil equilibrio de continuar viviendo en Cuba y escribir, pintar, componer y crear sin que por ello puedan ser considerados simples alabarderos del régimen. O al menos sin que se pueda decir que siempre su papel se ha limitado a servir de cortesanos ilustrados. No los salvará que, en la tranquilidad de una sala familiar o en un momento de confidencia, declaren a sus amigos que ellos no tienen que ver nada con el régimen, que están en contra de lo que está ocurriendo. Esto lo deben de haber hecho y van a seguir haciendo, con todo el derecho que les asiste por vivir bajo un gobierno totalitario.

Castro le ha dado marcha atrás al reloj. Ya no se puede repetir, como hace unos meses, que la época de la represión y la persecución a los intelectuales quedó atrás. Para el gobernante cubano, los escritores y artistas no son más que personajes peligrosos o muñecos insignificantes, dedicados a un oficio que él se empeña en convertir en una actividad pueril. No admite otra clasificación. No hay que pedirle a un intelectual que, en razón de su oficio, sea un valiente. Tampoco que sus opiniones políticas tengan más valor que la de cualquier otro ciudadano. No se trata de hacer un llamado a comportarse como héroes. El heroísmo es casi siempre una salida desesperada ante la mediocridad y la estulticia, pero un gesto condenado a consumirse en su propio esplendor, incapaz de dejar huella duradera en la vida del país salvo en el reino de lo anhelado y ausente. Existe una tendencia histórica en la nación cubana, definida por una actitud intelectual y antidogmática, que desde los primeros afanes independentistas hasta hoy siempre se ha propuesto la creación de un país libre. Una tradición que no puede olvidarse. Está en juego la dignidad cultural cubana.
aarmengol@herald.com
El Nuevo Herald
12 de julio de 2003










El camión sobre las olas

ALEJANDRO ARMENGOL


Han transcurrido apenas unos días de la muerte de tres hombres y del balazo en la cabeza a un niño, en un fallido intento de escapar de Cuba, cuando llegan las fotos de un camión avanzando apacible en medio del mar. Esta mezcla de tragedia e ingenio apenas logra establecer los límites sobre los que se mece la realidad de la Isla. A veces triste, otras cómica, la obsesión de escapar del régimen castrista no deja de ser material para películas, relatos y telenovelas. Es imposible apartar la anécdota de los motivos; la astucia y el engaño de la desesperación y la angustia; la esperanza del fracaso; pero siempre es una historia triste.

El camión, un Chevrolet de 1951, de color verde y con la parte trasera cubierta con una lona, es todo un símbolo de la "chispa" del cubano. En cualquier otro pueblo, la creación de ese vehículo con una hélice adaptada a su motor original —que se mantuvo a flote gracias a unos tanques de 55 galones acoplados a los lados— sería una muestra de habilidad mecánica y la expresión de un deseo de salir adelante. Para la docena de inmigrantes que intentaron llegar a la Florida en un medio tan singular, el camión que se deslizaba por las aguas a unas ocho millas por hora fue un intento audaz de hacer realidad un sueño. También "una locura", una idea desquiciada, condenada al fracaso de acuerdo a la lógica más elemental. Pero para los cubanos, es sobre todo una demostración del empecinamiento en aferrarse a cualquier disparate con tal de quitarse de arriba a Fidel Castro.

La confusión que originó ese viaje absurdo, donde un hombre al volante guiaba "la nave" y controlaba la velocidad del "buque" mereció más de un triunfo imposible. La aventura —sólo justifica el calificativo por lo irracional de la idea— culminó con un doble fracaso: los viajeros devueltos a la Isla y el camión hundido por los guardafronteras norteamericanos, que sólo vieron en ese sueño a flote "un peligro para la navegación". Si se hubiera salvado, seguramente el camión hubiera figurado en más de un museo posible del futuro. La vida no ha sido justa con estos creadores. Uno contempla las fotos e imagina el resto: el camión que llega a la orilla y es liberado de los tanques flotadores y comienza a avanzar por la arena y sale a la carretera de Los Cayos y atraviesa el Puente de las Siete Millas y continúa por vías y autopistas —siempre siguiendo las indicaciones que marcan un destino anhelado: Miami—, hasta que el motor se agota finalmente frente a una bodega o una cafetería cubana.

Ese final feliz no fue posible. No existía la más mínima posibilidad. El 16 de julio, a 40 millas de Cayo Hueso, un avión del gobierno norteamericano divisó la nave. Era de esperarse en unas aguas estrechamente vigiladas, donde constantemente son detectadas lanchas rápidas de contrabandistas y narcotraficantes, y donde casi a diario son apresados y devueltos a Cuba hombres, mujeres y niños, que intentan escapar. Uno desea que, de alguna manera, la creatividad e ignorancia de esos hombres sea premiada. Sabe además que no es posible. Es una lástima que la sorpresa se limite a contemplar unas cuantas fotografías.

Detrás de este hecho insólito hay una realidad cotidiana. Alrededor de 537 cubanos han sido capturados y devueltos entre marzo y junio de este año. La cifra supera con creces a los 186 que sufrieron igual destino por los mismos meses del pasado año. En tablas, en balsas hechas con cámaras de camiones y tractores, en embarcaciones improvisadas de todo tipo, los cubanos llevan años empeñados en escapar del castrismo, para terminar en muchos casos siendo devorados por los tiburones.

En la misma medida que se ha incrementado el uso de la fuerza —desde agosto de 2002 hasta la fecha se han registrado 13 intentos o salidas ilegales del país acompañados de hechos de violencia— ha crecido el ingenio.

La semana pasada otro cubano fue rescatado a 32 kilómetros al sur de Islamorada, en los cayos de la Florida, mientras intentaba llegar a la costa en una balsa neumática amarilla, según la agencia de noticias EFE. Tres más fueron hallados deshidratados y fatigados sobre una balsa roja, luego de pasar 15 días en alta mar. Dos localizados 32 kilómetros al sur del cayo Sugarloaf, también en la Florida. Todos estos intentos multicolores sólo reflejan la luz de una esperanza: tratar de huir de una realidad y un futuro cada vez más oscuros.
Encuentro en la red




miércoles, julio 23, 2003

La cruz de Celia



por ALEJANDRO ARMENGOL, Miami

Affair in Havana es una película que no tiene que ver nada con la canción Havana Affair, donde los Ramones se burlan de la CIA, porque fue realizada en 1957 por un director de oficio como fue Lázló Benedek y sus actores principales son John Cassavetes y Raymond Burr. Sucede que el tema de la cinta es que un autor musical se enamora de la esposa de un inválido y sucede también que se desarrolla en La Habana y que en ella canta Celia Cruz.

Celia ya había participado en el cine antes —Una Gallega en La Habana es de 1955—, pero tuvo que esperar hasta The Mambo Kings, de 1992, para que la dejaran hablar en una película. Sucede también que su medio natural, que era el cine cubano, le estuvo vedado porque fue una exiliada. Así que cuando finalmente Celia pudo hablar en el cine tuvo que hacerlo en inglés, un idioma que siempre le fue ajeno.

Celia habló en la pantalla norteamericana, por primera vez, en un idioma extraño para ella. En este hecho simple se resume una historia de pesar y logros. Si alguien se atrevió a dejarla actuar, no lo hizo pensando en sus cualidades interpretativas —cualidades que por otra parte demostró, tanto en el cine como en la televisión, con su naturalidad y carácter histriónico—; sino porque era lo suficientemente famosa, y lo suficiente buena como artista, para contar con que el público le perdonaría el acento y cualquier torpeza. Pero podría parecer más extraño aún encontrar su presencia en los lugares más disímiles: en el concierto de Pavarotti y sus amigos en favor de Afganistán, en un programa especial de la serie infantil Sesame Street o en La venganza de la momia, una película de 1974. Por su parte, ella volvió al cine estadounidense en The Pérez Family, de 1993, y además trabajó en novelas e infinidad de programas de la televisión hispana.

Es imposible encasillar a Celia más allá de decir que fue una gran cantante de música popular. Las etiquetas de "guarachera"y "reina de la salsa" no la definen por completo, porque nunca se negó a otros ritmos y otros ámbitos y al mismo tiempo siguió siendo siempre la misma. Su muerte es un duro golpe para el exilio cubano, ya que representó mejor que nadie lo mejor de ese exilio. Fue intransigente en su esencia más pura, pero al mismo tiempo no fue extremista e intolerante y vivió fuera de su país sin intentar el crossover, aunque manteniéndose al mismo tiempo abierta a los cambios musicales con una frescura y un entusiasmo que impidieron definirla como una voz que recordaba la Cuba de ayer, porque lo único que se podía decir de ella sin temor a traicionarla es que era una refugiada cubana cantando por el mundo.

Esa presencia y actualidad de Celia debe disgustar mucho al régimen de Castro. No se lo perdonan ni aún muerta. La nota publicada en la sección Cultura del periódico Granma no puede ser más mezquina: dos párrafos. En uno se destaca su importancia artística. En otro su labor "contrarrevolucionaria". Como suele ocurrir, el órgano oficial del Partido Comunista de Cuba desperdicia palabras. Debían haber escrito: "Murió Celia Cruz. Era una gran artista, pero no era de los nuestros". Es el mismo empeño de siempre: usurpar la nación a través del Estado. Celia trasciende las fronteras políticas porque es una gloria para Cuba, para el país, no para gobierno alguno. Lo demás es entereza moral: que se avergüence Granma. La nota es mezquina, además, porque limita el papel de la artista a los Estados Unidos. Dice el periódico: "popularizó la música de nuestro país en Estados Unidos", y por vileza o ignorancia —o ambas— omite el éxito de la cantante en países tan distantes como Finlandia, Argentina, Japón y España.

¿Por qué ese empecinamiento con Celia? No es sólo porque fue un "icono" del "enclave contrarrevolucionario del Sur de la Florida". Hay más. Representó al exilio, a la Cuba de los años 50, pero ella misma superó esa imagen. Celia en realidad es un ejemplo de la otra Cuba, o mejor dicho: un ejemplo de la Cuba verdadera, no sólo de la Cuba posible. Durante muchos años su nombre fue borrado del panorama musical reconocido por el gobierno de la Isla, y trataron de catalogarla como una figura del pasado, del país desaparecido tras el primero de enero de 1959. Celia, sin embargo, no se anquilosó en la guaracha prerrevolucionaria, y saltó a la salsa y a cuanto ritmo surgió posteriormente y extendió su repertorio para incluir piezas latinoamericanas. Resultó el paradigma de las posibilidades de una música popular cubana que no tenía que aferrarse a glorias pasadas. Su muerte, a pocos días de diferencia de la de Compay Segundo, sirve para establecer un contraste que va más allá de las fronteras musicales.

No se trata de comparar artistas, aunque en justicia Celia supera al músico santiaguero en versatilidad, potencia y registros de voz y repertorio. Lo curioso —por no decir patético— es que Compay Segundo alcanzara la fama mundial casi a las puertas de la muerte, luego de vivir olvidado por muchos años, de haber abandonado su carrera musical por el oficio de tabaquero y de malgastar su talento tocando en recepciones protocolares donde nadie le prestaba atención. Su resurrección, que en nada resta valor a sus méritos interpretativos, fue un fenómeno tanto sociológico y político como musical: una vuelta al pasado. Al país que había olvidado a sus intérpretes de antaño —pese a la propaganda oficial en sentido contrario— llega un extranjero capaz de convertir a unas pocas empolvadas piezas de museo en máquinas de hacer dinero. El resto guarda más relación con el mito que con la calidad artística: el triunfo tras largos años de olvido, el camino de la pobreza a la fama, el renacer cuando todo parecía perdido.

La carrera de Celia fue todo lo contrario. No se limitó a ser una figura local. No se encerró en un restaurante o establecimiento de La Pequeña Habana para cantar nostalgias a exiliados añorando la patria. Ni siquiera vivía en Miami. Era negra y no hablaba inglés, y llegó a Estados Unidos y no optó por el camino más fácil que era quedarse en esta ciudad para vivir del recuerdo. Celia será siempre la imagen del exilio, pero de un exilio que mira hacia el futuro. Su verdadera grandeza no fue, sin embargo, triunfar. Su verdadera grandeza fue no olvidar: fue querer regresar a Cuba, pese a ser más famosa en el extranjero de lo que nunca hubiera sido sin tener que abandonar su país. Esa fue su cruz. ¿Debo decir también que su gloria?